Reescritura de anécdota: Tomemos un helado en Pololo
Siempre odié el verano de Buenos Aires. La humedad aumenta y la transpiración también. Muchos de mis amigos se van de vacaciones y, para colmo nunca concuerdan con las propias. Es cómo si el destino se dispusiese a hacer del verano el momento mas tedioso e irritante de todo el año.
Por supuesto, aquel verano de 1984 no fue la excepción. Todavía recuerdo como todos mis amigos, que conformaban el equipo de fútbol del barrio, habían desperecido como por arte de magia para "disfrutar" el mismo sol ardiente a unos 500km de distancia. ¿Qué diferencia hace tener una extensión de agua al lado con temperaturas tan agobiantes? Encima dejando al equipo así de desamparado! que descaro.
En la cuadra sólo quedaba la vecina que vivía frente a mi casa para "jugar". Por supuesto, para mí, vestir y desvestir a una bebé de juguete, no era jugar. Además, los hombres no juegan con las nenas, para eso están justamente sus muñecas.
Lo que no sabía entonces es que una noche, durante los primeros días de ese verano, sonaría el teléfono de mi abuela, el único en toda la cuadra, para tener una conversación que todavía recuerdo. De todas las personas a las que podían llamar, me llamaban a mí. Quizás del otro lado estaba el escape de esa jaula hecha de aburrimiento, pensé.
Del otro lado estaba mi amigo Alejandro, el que vive en Tropezón.
-¿Sergio, sos vos?
-¿Ale? Decime que me estas llamando desde tu casa.
-Si, volvimos de San Bernardo hace unos días y llamaba para ver si querías hacer algo. Tomemos un helado en Pololo mañana... Mis papás nos llevan ¿Dale?
De repente la idea del verano no sonaba tan mal.
Durante el camino, el padre de mi amigo conducía su reluciente Ford Falcon, mientras que el llanto de la hermana y las palabras de la mamá de Ale todavía resuenan en mi cabeza taladrándome:
- Ernesto bajá la velocidad! Por favor te lo pido. Nos vas a matar todos!
- Ay Teresa no seas exagerada! ¿No ves que tengo todo bajo control...? ¿Qué pasa Tere? no ves que estamos más vivos que nunca?
Había algo muy particular dentro de su entusiasmo, no supe precisar bien qué era, pero era cierto que ese verano había una atmósfera diferente. Como si el aire contuviera el grito ahogado de miles de personas.
Una vez arribados al destino, un joven Sergio observaría atónito las casi dos cuadras de cola que ostentaba dicho lugar. Hasta que, una vez alineado en ella, vislumbraría las casas de un todavía en construcción Martín Coronado, sin poder evitar compararlas con los amedrentadores edificios de la Capital.
Una vez fuera del local, no podía dejar de observar lo contentos que estaban mis hijos y Sergio. A veces es hasta envidiable la felicidad ignorante que yace tras sus sonrisas de personitas de ocho años.
Por supuesto, aquel verano de 1984 no fue la excepción. Todavía recuerdo como todos mis amigos, que conformaban el equipo de fútbol del barrio, habían desperecido como por arte de magia para "disfrutar" el mismo sol ardiente a unos 500km de distancia. ¿Qué diferencia hace tener una extensión de agua al lado con temperaturas tan agobiantes? Encima dejando al equipo así de desamparado! que descaro.
En la cuadra sólo quedaba la vecina que vivía frente a mi casa para "jugar". Por supuesto, para mí, vestir y desvestir a una bebé de juguete, no era jugar. Además, los hombres no juegan con las nenas, para eso están justamente sus muñecas.
Lo que no sabía entonces es que una noche, durante los primeros días de ese verano, sonaría el teléfono de mi abuela, el único en toda la cuadra, para tener una conversación que todavía recuerdo. De todas las personas a las que podían llamar, me llamaban a mí. Quizás del otro lado estaba el escape de esa jaula hecha de aburrimiento, pensé.
Del otro lado estaba mi amigo Alejandro, el que vive en Tropezón.
-¿Sergio, sos vos?
-¿Ale? Decime que me estas llamando desde tu casa.
-Si, volvimos de San Bernardo hace unos días y llamaba para ver si querías hacer algo. Tomemos un helado en Pololo mañana... Mis papás nos llevan ¿Dale?
De repente la idea del verano no sonaba tan mal.
Durante el camino, el padre de mi amigo conducía su reluciente Ford Falcon, mientras que el llanto de la hermana y las palabras de la mamá de Ale todavía resuenan en mi cabeza taladrándome:
- Ernesto bajá la velocidad! Por favor te lo pido. Nos vas a matar todos!
- Ay Teresa no seas exagerada! ¿No ves que tengo todo bajo control...? ¿Qué pasa Tere? no ves que estamos más vivos que nunca?
Había algo muy particular dentro de su entusiasmo, no supe precisar bien qué era, pero era cierto que ese verano había una atmósfera diferente. Como si el aire contuviera el grito ahogado de miles de personas.
Una vez arribados al destino, un joven Sergio observaría atónito las casi dos cuadras de cola que ostentaba dicho lugar. Hasta que, una vez alineado en ella, vislumbraría las casas de un todavía en construcción Martín Coronado, sin poder evitar compararlas con los amedrentadores edificios de la Capital.
Su mente volaría internamente en torno a su deseo de vivir en el campo, idealizando cómo sería su vida de haber nacido en el pueblo de su padre, en la Italia de los 50´. Hasta verse irrumpido por un exabrupto en la cola del cuál sólo pudo rescatar palabras y frases aisladas como "montoneros" o "siempre lo mismo en este país". La temperatura subió al punto de la violencia, que tuvo como resolución la expulsión de algunas de las personas involucradas en el conflicto, pues la primavera democrática alargada no iba a permitir semejante retroceso.
-¿A vos te parece Tere? Todavía existen semejantes caraduras capaces de defenderlos.
-Tranquilo Erni, ya pasó. Ahora no que están los chicos y dale que ya casi nos toca.
Una vez fuera del local, no podía dejar de observar lo contentos que estaban mis hijos y Sergio. A veces es hasta envidiable la felicidad ignorante que yace tras sus sonrisas de personitas de ocho años.
En el momento en que mi consciencia obnubilada por pensamientos se distrajo, mi hija se mandó otra de las suyas y le tiró el helado al amigo de Ale, a lo que el niño irrumpió en llanto. Me detuve un momento a pensar y llegué a la conclusión de que la situación ameritaba para tan sólo decir:
-¿Vamos por otro?
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