Puertas y ventanas - Escenas de lectura (borrador)



Cuando se me pidió realizar la actividad en cuestión por primera vez, titulé al escrito "Puertas" y fui capaz de identificar dos momentos en concreto que considero, valga la redundancia, significaron y significan puertas que direccionaron a diversas inmersiones en diferentes mundos.

Para aquel entonces, uno de los momentos que elegí retratar lo voy a volver a dejar enmarcado, justamente porque, además de su gran peso, atañe a la idea que quiero construir en este sendero:




Este momento me permitió desarrollar, con él, una rama de intereses que no sabía ni que tenía, quizás porque ya era un poco más grande con mis 13 años aproximadamente, quizás porque es algo que se me hizo más fácil compartir con terceros o quizás simplemente porque yo le doy un mayor significado. 
El día que mí tío me introdujo a la afición por el mundo del cine, vimos "Una mente brillante", película que relata la vida de John Forbes Nash. Si uno conociese de antemano la existencia siquiera del propio Nash o por qué es reconocido (por supuesto, yo lo ignoraba por completo), uno podría creer que el punto culmine en su vida, o lo que lo define es su gran desarrollo de la Teoría de juegos, que le valió una consagración como premio Nobel. Sin embargo esto en la película (spoiler alert), es sólo un detalle sobre el final en lo que a la trama en sí respecta.
Sin intención de arruinar la película para nadie, no podía entender cómo el ganar un Nobel fuese sólo un detalle, cómo se puede generar toda una trama que no tiene tanto que ver con eso.
La realidad es que con el tiempo entendí que los logros no valen por sí mismos, sino por todo lo que se atravesó para llegar allí. Las medallas y flores, no son más que la materialización de ese reconocimiento por toda una trayectoria, que en muchos casos es olvidada y corrida a un segundo plano. Porque cuando uno ve a un "campeón", nunca ve las horas dedicadas, el esfuerzo, el sacrificio, las adversidades superadas, nada. 
Es entonces que entendí que el mensaje de la película, o por lo menos para mí, era justamente que la memoria de Nash (tomando su persona como ejemplo), no sea sólo "Nash, el que ganó el Nobel". Sino John Forbes Nash, hijo, amigo, esposo, padre, estudioso, sacrificado, obstinado, desarrollador de la Teoría de juegos y negociación, entre otras tantas características que tendrán que descubrir en la película.
Fue ese día, el que me permitió ver al cine, y al arte en general, como una forma de comunicar.





Hoy, que me toca volver a mirar para atrás en busca de relatos que merezcan ser enmarcados por su relevancia disparadora, elijo hablar de ventanas. Ventanas, porque en este transitar no existen sólo puertas definidas, que tienen un uso cerrado y centrado (el entrar y salir), sino que existen infinidad de variables que elegiré retratar como ventanas, pues si bien su uso varía entre el paso de la luz a un ambiente o mismo del aire, también es, como la puerta, una abertura. Solo que estas, dan paso a todo tipo de cosas que no estaban planteadas en el momento en que se decide colocar una ventana: el abrumador ruido del tránsito, el humo del asado del vecino o incluso el canto de los pájaros nocturnos a las 3 de la mañana.

El hecho de que estas cualidades no sean deseadas desde un principio, no las hace necesariamente indeseadas en el presente. Justamente es su carácter de inesperadas o incluso impensadas que les da la versatilidad de ser un deleite o un suplicio, dependiendo del momento en que sucedan. Así es como entendí además, que estás ventanas no están entonces definidas por un momento en concreto, sino por un sinfín de impensados que las acompañan a través del tiempo.

Es entonces, que puedo definir al momento de lectura próximo a describir: la ejemplificación de una ventana, en lo que va de mí vida, por excelencia. Trataré de mantenerme lo más lejos posible de lo cliché, aunque dado el tópico me resulta algo casi imposible.

Toda la secuencia tendría su comienzo en un ya agitado y caluroso marzo que no sabía lo que le esperaba todavía. Fue específicamente el 18 del corriente que un señor Fernández decretaría una cuarentena que, estando lejos de durar 40 días, modificó la vida de todes. Por supuesto, con ello se fue mi vida laboral, social presencial y académica... O eso pensé en aquel entonces.

Cómo no podía ser de otra forma, la adversidad nos lleva a adaptarnos a situaciones impensadas y más aún si lo hacemos en conjunto. Es así que comencé a cursar de manera virtual la única materia de la UBA a la que me había inscripto previamente por una mera cuestión de horarios: taller de expresión I.

Casualmente (y cuando hablo de casualidad en este texto, hago referencia al entramado supuestamente azaroso pero que si se analiza parece totalmente diseñado, que atraviesa nuestra realidad), dentro de lo tedioso que puede resultar cursar de manera virtual, era una materia que si bien se vio afectada por el cambio transversal que sufrió nuestra rutina (y cuando hablo de nuestra, me veo obligado a recalcar que me refiero a un contexto en el que, creo, por primera vez estoy hablando, por lo menos hasta cierto punto, de la totalidad de la humanidad casi de forma homogénea), lo hizo en una menor medida, debido al contenido que la misma implica, cuando se la compara con otras.

Por lo que el comienzo del taller no se demoró y, desde un principio, dejó muy en claro cuál era la filosofía del mismo: tener, en muchos casos, un primer arrime para con el mundo de la escritura. Con teoría de bases, consignas más flexibles, otra menos flexibles, encuentros semanales, etc. Pero lo importante, y creo que lo que fascinó del enfoque, era empezar a escribir, como a uno le salga o, en muchos otros caso, como no le salga.

La fascinación por la literatura la había perdido hace años, pero no me parecía incómodo o innatural tener que leer un texto de vez en cuando. Lo que sí me parecía inconcebible era el hecho de ver a mí persona como un posible autor dentro del rubro

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